Todas las mañanas se levantaba temparo, se lavaba y después de tmar un suculento y nutritivo desayuno comenzaba su jornada: Abría la puerta de la casa y nada más poner el pie en la calle....¡¡¡todas las vacas empezaban a mugir!!!
¡Ah, se me había olvidado! Anastasio era ciego, por eso, todos los animales le llamaban paa que pidiera encontrarlos: primero las vacas (muuuuuu) y Anastasio se dirigía a la vaqueriza siguiendo el mugido. Cuando llegaba todas callaban excepto una, a la que Anastasio se acercaba para ordeñar la primera. Así una a una. Cuando terminaba todas le despedían contentas agitando sus cencerros (tolón, tolón, tolón, tolón).
Nada más salir de allí, el gallo Kiriko comenzaba su kikirikiiiiiii. Sabía que era el turno del gallinero...¡hay que recoger los huevos de las gallinas! Y hacia él se dirigía siguiendo su kikiriki. Al terminar, todas las gallineas le despedían cacareando animadamente (cocorocoooo, cocorocoooo).
Al salir del gallinero, Anastasio pasaba muy cerca del establo donde estaba el burrito y éste, que le quería mucho, le saludaba moviendo sus orejas. Pobre burrito, nunca se acordaba de que Anastasio era ciego. Al ver que el granjero pasaba de largo, rápidamente golpeaba con sus patas traseras en el suelo. Y Anastasio retrocedía sobre sus pasos y le acariciaba el hocico.
El resto del día, Anastasio continuaba con las faenas de la granja siempre guiándose por el sonido de los animales: patos (cua cua cua), ovejas (beeeee, beeee), ....
Al terminar la tarde, Anastasio cantaba la canción del gallo Kiriko y daba por finalizado el día.
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